Por Lissettte Selman**
Muchas veces he pensado y sentido que el mundo está hecho al revés: al revés de cómo nos han enseñado, después de tanto oír y recitar la importancia de ser honestos, de ser nobles, de practicar cada uno de los valores relacionados con la dignidad humana y la esencia ¨cristiana¨ y la justicia…para ser aplicados en una sociedad de doble moral, de gobiernos burocráticos y demagógicos –desde que tengo uso de razón- donde lo que menos se experimenta es, precisamente, el principio de la justicia.
Justicia significa equidad, satisfacción de nuestros derechos intrínsecos como seres humanos y sobre los que, por si acaso había duda, un grupo multinacional inoperante y burocrático decidió consignar en una Carta Internacional en 1948, tres años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, para que quedaran escritos y reconocidos como la Carta de Los Derechos Humanos, incumplidos en parte o en su totalidad en uno, más y muchos países de este amado y maltratado planeta llamado Tierra.
Y es así como hemos llegado a través del tiempo a vivir la indignación de la apatía ante un Sistema que premia y estimula todo lo contrario a lo que nos enseñaron nuestros padres y abuelos a sangre y fuego, en una época en que bastaba una mirada para que los hijos supieran que debían callar, retirarse o, simplemente, ni siquiera mirar a los ojos a los padres, dueños absolutos de la verdad y la razón aunque no fuera cierto. No digo que fueran las mejores prácticas, pero no se pueden cuestionar los buenos resultados. Por supuesto, aún se vivía la época de la Honorabilidad, algo que la mayoría hoy día preguntaría con qué se come.
Hoy, repito, se premia la ley del menor esfuerzo, la falsía, el codeo con las que se consideran ¨personalidades¨, el dinero, la influencia y el poder; mientras, se sanciona el trabajo, la honestidad, los principios y la verdad.
Por eso digo que el mundo anda patas arriba, siempre tomando como referencia lo que me enseñaron mis padres, de quienes aprendí no tanto con su verbo como con su ejemplo. Lo mismo intenté con mis hijos, luchando contra la presión de una sociedad en la que los niños llegaban a la escuela con choferes y 100 pesos diarios para la merienda hace veinte años, mientras papá se enredaba con su secretaria y mamá iba al gimnasio o a la boutique para lucirle al mejor amigo de su esposo.
Muchas veces he pensado y sentido que el mundo está hecho al revés: al revés de cómo nos han enseñado, después de tanto oír y recitar la importancia de ser honestos, de ser nobles, de practicar cada uno de los valores relacionados con la dignidad humana y la esencia ¨cristiana¨ y la justicia…para ser aplicados en una sociedad de doble moral, de gobiernos burocráticos y demagógicos –desde que tengo uso de razón- donde lo que menos se experimenta es, precisamente, el principio de la justicia.
Justicia significa equidad, satisfacción de nuestros derechos intrínsecos como seres humanos y sobre los que, por si acaso había duda, un grupo multinacional inoperante y burocrático decidió consignar en una Carta Internacional en 1948, tres años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, para que quedaran escritos y reconocidos como la Carta de Los Derechos Humanos, incumplidos en parte o en su totalidad en uno, más y muchos países de este amado y maltratado planeta llamado Tierra.
Y es así como hemos llegado a través del tiempo a vivir la indignación de la apatía ante un Sistema que premia y estimula todo lo contrario a lo que nos enseñaron nuestros padres y abuelos a sangre y fuego, en una época en que bastaba una mirada para que los hijos supieran que debían callar, retirarse o, simplemente, ni siquiera mirar a los ojos a los padres, dueños absolutos de la verdad y la razón aunque no fuera cierto. No digo que fueran las mejores prácticas, pero no se pueden cuestionar los buenos resultados. Por supuesto, aún se vivía la época de la Honorabilidad, algo que la mayoría hoy día preguntaría con qué se come.
Hoy, repito, se premia la ley del menor esfuerzo, la falsía, el codeo con las que se consideran ¨personalidades¨, el dinero, la influencia y el poder; mientras, se sanciona el trabajo, la honestidad, los principios y la verdad.
Por eso digo que el mundo anda patas arriba, siempre tomando como referencia lo que me enseñaron mis padres, de quienes aprendí no tanto con su verbo como con su ejemplo. Lo mismo intenté con mis hijos, luchando contra la presión de una sociedad en la que los niños llegaban a la escuela con choferes y 100 pesos diarios para la merienda hace veinte años, mientras papá se enredaba con su secretaria y mamá iba al gimnasio o a la boutique para lucirle al mejor amigo de su esposo.
Los tiempos no han cambiado mucho, es verdad; por eso ahora, en lugar de pensar que el mundo está al revés, he llegado a la conclusión de que la que anda en vía contraria soy yo, porque por más que intento no logro encajar. Si no es así, entonces tengo que decir que, al menos, no fui educada para esta sociedad o para este mundo, en el que los huecos emocionales de la gente los más avezados intentan llenar hablándoles de un Dios creado a su antojo y distante del real, donde se venden pañitos para curar dolores y oraciones memorizadas para sanar el alma…y estamos tan mal y tan vacíos que la gente los compra y se agarra a un clavo ardiendo intentando comprar la salvación de su alma.
Pero nunca mejor empleado el refrán de ¨A Dios rogando y con el mazo dando¨; las prédicas morales y las prácticas espirituales se multiplican porque dicen que estamos en el umbral del fin de los tiempos o porque ha llegado el momento de liberar al ser humano de la prisión del miedo…y entonces miramos al cielo, meditamos, leemos, hacemos yoga o nos insertamos en un grupo de oración para autosugestionarnos y sentir que vamos en la dirección correcta para trascender el pecado del que nos han hablado, aunque no entendamos de qué se trata; para ascender a otra dimensión cuando llegue el momento, porque nos lo hemos ganado después de tanto intentar, después de garantizar acercarnos a lo que creemos es la verdad; no importa si en el ínterin nos hemos chuleado a la pareja de otro y/o engañado a la nuestra, sin importar si nos hemos resentido con un compañero o recelado de él o ella, si hemos dejado aflorar nuestro afán de protagonismo o hemos exigido de cualquier manera el lugar cimero que entendemos nos corresponde.
Por eso no encajo, por eso no entiendo, por eso me sigo indignando cada vez que recuerdo que el 23 de agosto del 2008 un trabajador incansable, un ejemplo practicante de los principios con los que fui criada, un apasionado respetuoso de su oficio de contar historias como Vianco Martínez, fue vejado y maltratado por el simple hecho de intentar hacer, respetuosamente, como es él, su trabajo al entrevistar a quien previamente había contactado y ante quien había llenado todos los requisitos profesionales de lugar en pos de su objetivo: entrevistar a Pedro Guerra, un cantautor que dice cantar a lo mejor del ser humano, pero que igual se sumó a lo contrario.
Por eso no entiendo y me indigno cuando, fuera de burocracia y legalismos –que no son lo mismo que legalidades-, se aúpa por omisión la actitud de vileza, ignorancia, amoralidad y de arrogancia de dos matones que, como los apellidados Vargas, amparados en la cara oculta que, paradójicamente por no asomar, mostró Saymond Díaz, baten sus alas como si nada hubiera pasado, mientras las cadenas de opresión de la dignidad y del ejercicio libre del oficio de periodista, se ciñen más fuertes un año después del hecho admitido por los agresores y observado por testigos de los hechos, aquella odiosa tarde del 23 de agosto del 2008 en el Teatro Nacional.
No fui educada para entender esto, ni lo anterior, ni la doble moral, ni la demagogia, ni la mentira a conveniencia, ni el engaño, ni la manipulación, ni…nada de lo que vivimos.
Por eso sigo al lado de Vianco y de los que como él somos soñadores de ese mundo de justicia y equidad, de respeto y dignidad humana para el que fuimos formados y por el que luchamos, intentando ser y hacer lo mejor que podamos; después de todo, millones de padres y madres de entonces, como los que nos criaron, no podían haber estado equivocados.
Pero nunca mejor empleado el refrán de ¨A Dios rogando y con el mazo dando¨; las prédicas morales y las prácticas espirituales se multiplican porque dicen que estamos en el umbral del fin de los tiempos o porque ha llegado el momento de liberar al ser humano de la prisión del miedo…y entonces miramos al cielo, meditamos, leemos, hacemos yoga o nos insertamos en un grupo de oración para autosugestionarnos y sentir que vamos en la dirección correcta para trascender el pecado del que nos han hablado, aunque no entendamos de qué se trata; para ascender a otra dimensión cuando llegue el momento, porque nos lo hemos ganado después de tanto intentar, después de garantizar acercarnos a lo que creemos es la verdad; no importa si en el ínterin nos hemos chuleado a la pareja de otro y/o engañado a la nuestra, sin importar si nos hemos resentido con un compañero o recelado de él o ella, si hemos dejado aflorar nuestro afán de protagonismo o hemos exigido de cualquier manera el lugar cimero que entendemos nos corresponde.
Por eso no encajo, por eso no entiendo, por eso me sigo indignando cada vez que recuerdo que el 23 de agosto del 2008 un trabajador incansable, un ejemplo practicante de los principios con los que fui criada, un apasionado respetuoso de su oficio de contar historias como Vianco Martínez, fue vejado y maltratado por el simple hecho de intentar hacer, respetuosamente, como es él, su trabajo al entrevistar a quien previamente había contactado y ante quien había llenado todos los requisitos profesionales de lugar en pos de su objetivo: entrevistar a Pedro Guerra, un cantautor que dice cantar a lo mejor del ser humano, pero que igual se sumó a lo contrario.
Por eso no entiendo y me indigno cuando, fuera de burocracia y legalismos –que no son lo mismo que legalidades-, se aúpa por omisión la actitud de vileza, ignorancia, amoralidad y de arrogancia de dos matones que, como los apellidados Vargas, amparados en la cara oculta que, paradójicamente por no asomar, mostró Saymond Díaz, baten sus alas como si nada hubiera pasado, mientras las cadenas de opresión de la dignidad y del ejercicio libre del oficio de periodista, se ciñen más fuertes un año después del hecho admitido por los agresores y observado por testigos de los hechos, aquella odiosa tarde del 23 de agosto del 2008 en el Teatro Nacional.
No fui educada para entender esto, ni lo anterior, ni la doble moral, ni la demagogia, ni la mentira a conveniencia, ni el engaño, ni la manipulación, ni…nada de lo que vivimos.
Por eso sigo al lado de Vianco y de los que como él somos soñadores de ese mundo de justicia y equidad, de respeto y dignidad humana para el que fuimos formados y por el que luchamos, intentando ser y hacer lo mejor que podamos; después de todo, millones de padres y madres de entonces, como los que nos criaron, no podían haber estado equivocados.
*El artículo "Sigo al lado de Vianco y de la verdadera justicia", escrito por Lissette Selman, es el noveno de una serie que estamos haciendo en este blog, a manera de conteo regresivo hasta el 23 de agosto cuando se cumple un año del atropello contra Vianco Martínez. **Lissette Selman es comunicadora y productora del programa televisivo Latitud 0. La imagen que ilustra este artículo es un printscreen del blog http://www.otrojofotoperiosismo.blogspot.com/, del artista de la fotografía Ricardo Hernández. La foto de la autora es de http://www.qualityrd.com/.
Hola, Lisette: Suscribo tu artículo. Y valgan estas acotaciones: Desde que comenzó la vida en esta pequeña Tierra, uno más en los miles de planetas del inmenso Cosmos en el que está nuestro Universo, ha habido gente "primitiva" (no es un juicio de valor, sino un dato) y gente altamente evolucionada. Así, es saludable entender el nivel de evolución de la gente. Como se diría en Oriente, el superior debe entender al inferior, es decir, al menos evolucionado, incluyendo las bestias humanas que andan por estos predios. Adelante.
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